Desde Puerto La Cruz.- El gobierno venezolano ha denunciado el peligro que representa para nuestro país y toda la región, la instalación de siete bases militares norteamericanas en Colombia. La historia muestra para qué pueden servir esas bases. Hay que ser bien estúpido para creer el “coco” de la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla. Este argumento le ha permitido -desde hace 10 años- recibir más de 800 mil millones de dólares en equipos militares y entrenamiento, a través del Plan Colombia impulsado por EE UU.
Lo cierto es que después de una década, el único resultado tangible de ese impresionante presupuesto militar es que la guerrilla está replegada en zonas selváticas, porque las estadísticas sobre producción de coca y marihuana de la ONU muestran un incremento, año tras año, en territorio colombiano.
Realmente, para Venezuela es una tragedia estar entre el principal productor y exportador de cocaína del mundo: Colombia y el principal consumidor de coca del mundo: EE UU. Hoy no quedan dudas de que el depuesto presidente Manuel Zelaya de Honduras fue llevado a la base militar de Malta -manejada por los gringos- en el peor de los casos.
Es claro que los halcones en el ejército norteamericano tienen una agenda y Obama otra, si es que no está jugando en el mismo equipo. Ahora, cuál es la justificación política y militar para instalar esas bases en Colombia? La única respuesta real es el interés geopolítico y la preparación de un ataque, no de un simple ejercicio como la operación Balboa.
Sin embargo, pese a los antecedentes históricos del fúnebre papel que han jugado esas bases en Ecuador, Paraguay, Guatemala y el resto del mundo, soy de los que sostiene que sería un estrepitoso error, asumir la estrategia que respetados analistas y especialistas en el arte de la guerra, están sugiriendo al alto gobierno: La de asumir una estrategia ofensiva, es decir, no esperar a que nos ataquen, sino atacar primero. Son palabras mayores y nos dejarían en una posición internacional de muchísima debilidad. Pasaríamos de ser agredidos a ser agresores.
Es bueno recordar que el ejército colombiano es cuatro veces más grande que el nuestro, con una vasta experiencia de combate y de entrenamiento, no sólo con los gringos sino con los israelíes que mantienen una importante presencia militar y además son el segundo proveedor de equipos militares en Colombia después de EE UU. Nos guste o no, no la tenemos fácil en una confrontación armada contra el ejército de nuestro vecino.
Por otra parte, las condiciones objetivas y subjetivas no juegan a favor.
Estamos haciendo lo correcto: Denunciar el agravamiento del desequilibrio militar que esas siete bases norteamericanas generan en la región, unificar la posición de los países aliados, denunciar la política imperial de EE UU -que es la única potencia militar que mantiene bases militares fuera de sus fronteras- buscar garantías de no agresión desde esas bases a los gobiernos y pueblos de la región y, además, prepararnos para lo peor con el firme deseo de que nunca suceda, pero la historia no miente y el silencio de Obama, simplemente deja la mesa servida.
No se trata de petróleo, está en juego derrotar una corriente progresista y libertaria que recorre América, que retumba en Centroamérica, que marcha en el Caribe y que tiene su epicentro en la tierra de Bolívar. Es aquí donde quieren dar el golpe fulminante y decisivo. Es aquí donde se juega la permanencia, el desarrollo y el futuro de esta corriente que con sus diversas expresiones y matices dejó de ser el patio trasero de EE UU.
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William José Rodríguez Gamboa